Terminadas las acaloradas polémicas que se desarrollaron
durante la campaña de elección del presidente
de Ucrania, ha llegado la hora de analizar lo sucedido
con sangre fría. Tanto en Kíev como en
Moscú sostienen que esos comicios ya son un pasado,
y hablan de la necesidad de eliminar los problemas que
quedan y acometer la solución de los nuevos.
Rusia quiere tener que ver con una Ucrania próspera
y estable, con la que sueña Victor Yuschenko.
El nuevo presidente deberá considerar los intereses
de los rusos residentes en Ucrania, los que se portaron
durante la campaña electoral como una fuerza
política consolidada, pues en otro caso él
no lograría conservar la unidad del país.
También ello responde a los intereses de Rusia.
Yuschenko va a aplicar la política de integración
con la UE, de adaptación de la economía
ucrania a los estándares europeos. Ello también
le conviene a Moscú, pues la propia Rusia se
orienta a integrarse en la Unión Europea e intenta
junto con Bruselas realizar la concepción de
"cuatro espacios".
Los nuevos dirigentes ucranios no van a menospreciar
ni bloquear los procesos integracionistas que quiere
impulsar Rusia en el espacio postsoviético, si
ven en éstos una utilidad para su país.
O sea que se impondrán los imperativos económicos,
máxime que, a juzgar por todo, el ingreso de
Ucrania en la UE se pospone hasta un futuro lejano,
mientras que la economía tiene que desarrollarse
hoy día. Y será muy difícil hacerlo
sin estar presentes en el mercado ruso, sin recibir
suministros de allí, sin establecer cooperación
con empresas rusas.
Al propio tiempo, la línea de ingreso de Ucrania
en la OTAN proclamada por Yuschenko es inaceptable para
Rusia, máxime que Occidente rechaza por principio
la participación de Rusia en la alianza como
miembro con plenitud de derechos. Pero, según
manifiestan en capitales de Europa Occidental, la admisión
de Ucrania en la OTAN puede realizarse dentro de unos
5-7 años, pero nadie sabe qué va a pasar
hacia aquel entonces con la propia Alianza Atlántica.
O sea que Rusia no ha perdido nada como consecuencia
de las elecciones ucranias.
La UE y la OTAN no están dispuestas a admitir
en sus filas a Ucrania. ¿Cuáles serán
entones las verdaderas intenciones de Occidente? ¿Aplicar
con la ayuda del nuevo presidente ucranio la política
de una rígida oposición a Rusia en el
espacio postsoviético? En la respuesta positiva
a este interrogante está la razón de la
enérgica participación occidental del
lado de Yuschenko en las elecciones ucranias.
La consolidación del poder en Rusia que se observa
estos últimos años, su creciente actividad
en la palestra internacional con el fin de proteger
sus intereses nacionales asusta e irrita a Occidente.
La actual crisis en relaciones Rusia - Occidente no
se debe a que Moscú quiera cooperar basándose
en el interés recíproco, mientras que
Washington y Bruselas ponen por encima de todo los valores
universales. La cuestión radica en que Rusia,
en su condición de un Estado autárquico
y eje de la civilización cristiana ortodoxa (según
Huntington), aspira a ser un centro independiente, o
uno de los polos de relaciones internacionales. Pero
Occidente no quiere admitirlo y procura eliminar a Rusia
como una rival geopolítica del tablero de ajedrez
mundial. Aquello que piensan los políticos lo
dicen en voz alta periodistas y analistas occidentales.
Según ellos, durante las elecciones ucranias,
Occidente le hizo a Rusia una clara señal: o
jugamos según nuestras reglas o vas a quedar
marginada y aplastada. En la Historia todo se repite.
También en las relaciones entre Rusia y Occidente
todo vuelve a sus andares. Los problemas eternos se
manifiestan en un nuevo contexto histórico, pero
la correlación de fuerzas ya es otra, no a favor
de Moscú.
¿Qué debe hacer Rusia en tales condiciones?
La respuesta es obvia. Debe ser fuerte. Rusia pierde
constantemente en el juego geopolítico, porque
no es competitiva en los aspectos político, económico
e ideológico, y por eso poco es atractiva. Ella
no tiene qué ofrecerle al mundo circundante.
No es capaz de aglutinar en torno suyo a los Estados
de reciente soberanía, ofreciéndoles sólo
el nostálgico recuerdo de los años vividos
juntos dentro de la desaparecida Unión Soviética.
Ni puede lograrlo proponiendo luchar juntos contra el
terrorismo internacional. Para conseguirlo, Rusia debería
ofrecer un nuevo grandioso Proyecto histórico,
que responda tanto a los intereses de ella como a los
de dichos Estados y que represente en sí una
alternativa a la Idea universalista occidental. Pero
tal proyecto no existe y no se sabe si existirá.
Moscú tendría que obrar con consecuencia
al defender los derechos humanos en el espacio postsoviético.
Es inadmisible luchar por los derechos del hombre en
los países bálticos y al propio tiempo
hacer la vista gorda de aquello que hace Turkmen-bashi
con los rusos en Turkmenia.
Es inadmisible que en la política exterior se
muestre histerismo en relación con la crisis
de confianza que se observa en las relaciones Rusia
- Occidente. Hace falta sostener un permanente diálogo
político con los líderes del mundo occidental
y Bruselas, conseguir acuerdos y cumplir los compromisos
asumidos, considerando las recomendaciones sensatas
de las organizaciones europeas de fomento de la democracia.
Independientemente de si ello nos guste o no, nos veremos
obligados a coordinar con la UE y EE UU la política
rusa a aplicar en el espacio postsoviético, tomando
en consideración los intereses de ellos y haciendo
concesiones sensatas. Tenemos que estar preparados a
siempre más duros choques de intereses entre
Rusia y Occidente en el espacio postsoviético.
Los acontecimientos ucranios son un nuevo pretexto
para ponernos a reflexionar sobre aquello que sucede
en Rusia, para pensar en nuestro destino y procurar
cambiarlo para mejor.
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