Pocos dudarán de que hace falta que los presidentes
de Rusia y EE UU se reúnan y aclaren sus relaciones.
Y está bien que ello suceda ya este mes. Tras
su primer encuentro en Ljubljana, en 2001, siguió
un período de permanentes contactos. Las agendas
de todas las reuniones ruso-estadounidenses comprendían
decenas de puntos y su solución conformaba el
tejido de la cooperación bilateral. Existía
un fuerte elemento de simpatía mutua entre los
presidentes, el que imprimía el respectivo matiz
emocional al diálogo interestatal.
En las relaciones Rusia - EE UU surgió el estado
de partenariado, pero debido a la diferencia que existía
en los potenciales de ambos países, era un partenariado
asimétrico. En unos temas como, por ejemplo,
la lucha contra el terrorismo, el control sobre las
armas estratégicas y la no proliferación
de las de exterminio en masa, eran relaciones entre
dos iguales, pero en otros - la situación en
diferentes regiones del mundo, la economía, las
finanzas - los enfoques de Moscú y Washington
diferían mucho y hasta surgían contradicciones
insuperables.
Cuando en 2003 Rusia se negó a apoyar las acciones
de EE UU en Iraq, se averiguó que las partes
enfocaban de distinto modo muchos problemas atinentes
a Irán, Georgia, Ucrania, así como los
destinos de la democracia y del mundo. Surgió
la sensación de que las divergencias, después
de estar refrenadas durante un largo tiempo, de repente
fueron soltadas, entrando en barrena, por lo que surgió
un peligro de retorno de la guerra fría.
Desde el punto de vista de la seguridad internacional,
el período de "relaciones complicadas"
entre Rusia y EE UU ha resultado ser muy útil.
Los políticos han podido convencerse de que la
falta de discusiones ideológicas todavía
no significa que las relaciones entre las dos potencias
sean estables y llanas y que en contexto de la asimetría,
las relaciones de partenariado se logran sólo
trabajando tenazmente y mostrando tolerancia y lealtad
mutuas. Y si ello no existe, si se viola el código
de la conducta de partenariado, surge una situación
preñada de conflictos.
Las personalidades oficiales de Moscú y Washington
no querían reconocer la complicación de
las relaciones mutuas. Sucedía todo lo contrario,
a lo largo de todo el período de la crisis de
Iraq, las dos potencias fingían que en las relaciones
ruso-estadounidenses todo seguía igual que antes.
Ello estuvo dictado por consideraciones relacionadas
con las elecciones presidenciales que se celebraban
en ambos países y por la negativa de reconocer
que el mecanismo de vínculos bilaterales basado
en simpatías personales resultó ser poco
duradero. Los encuentros breves que George Bush y Vladimir
Putin tuvieron en varias ocasiones: durante la celebración
del 300 aniversario de San Petersburgo (mayo de 2003),
en la ONU (EE UU, septiembre de 2003) y durante la reunión
del Consejo de Cooperación Asia - el Pacífico
(Chile, enero último), no aportaron ningún
progreso a las relaciones mutuas.
A juzgar por las manifestaciones que hace la nueva
secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice, la
Administración Bush tiene previsto analizar en
serio sus relaciones con Moscú. Ello se realizará
en el marco de la campaña de protección
y fomento de la democracia en todo el planeta, declarada
por el presidente de EE UU. Dadas las críticas
que se dirigen últimamente en el mundo a Rusia,
en particular con respecto a la interpretación
que se da a los principios de la democracia, se hace
obvio que la revisión de las relaciones con Moscú
puede poner al desnudo las divergencias existentes.
De ahí la necesidad de celebrar el encuentro
en Bratislava. Los presidentes, a juzgar por todo, intentarán
hacer balance de los vínculos existentes, para
determinar qué se debe conservar y desarrollar
y qué eliminar. Lo más probable es que
Washington llame la atención de Moscú
sobre la necesidad de dejar de menospreciar las preguntas
que surgen en Occidente con motivo de ciertos fenómenos
de la realidad rusa, tales como el asunto YUKOS, la
independencia de los medios de comunicación de
masas y otros por el estilo.
Wahington por lo visto va a tomar más tarde
las decisiones definitivas de cómo seguir desarrollando
las relaciones con Moscú, haciendo a la parte
rusa esperarlo con nerviosismo y obligándola
a reflexionar sobre su propia concepción de la
cooperación con la única superpotencia.
Pero precisamente en ello consiste el sentido del partenariado
asimétrico, en el que una parte determina y dispone,
mientras que la otra espera y supone.
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