Rusia es un país de lectores. Esta pasión
de los rusos la aprovecha la red de cafeterías
baratas de Moscú, llamadas "Piroguí"
(Tarta), que representan en sí una simbiosis
de cafetería estudiantil y librería. En
"Piroguí se sirven platos sencillos, pero
se ofrecen libros elitistas solamente. Un admirador
de Delez o Derrida sabe que lo último de la filosofía
mundial se puede encontrar precisamente allí.
Beber cerveza ojeando un libro es una forma de conducta
social de los jóvenes actualmente de moda en
Rusia.
La generación mayor recuerda muy bien que los
buenos libros siempre escaseaban. Había que andar
a la caza de éstos. El libro regalado era visto
como una buena recompensa del trabajo de médico,
y hasta un policía podía anular la multa
si se lo obsequiaba con un tomo de Georges Simenon.
Existía el fenómeno de "libros a
cambio de desechos de papel". Para adquirir la
serie "Los reyes de Francia" de Mauricio Druon
o un tomo del escritor polaco Stanislaw Lem recién
publicado, miles de personas reunían por todo
el país montones de tales residuos, pues para
comprar un libro había que entregar 25 kilogramos
de papel usado. Ninguno de los países europeos
conoció tal fenómeno.
El privilegio más anhelado era tener acceso,
como los miembros de la Unión de Escritores,
a la Librería del Escritor, que se ubicaba en
la calle Kuznetski Most. Allí los literatos podían
adquirir sin problema un tomo de la poesía de
Rilke u obras selectas de Platón. Las tiradas
de libros extranjeros rara vez excedían 3 mil
ejemplares, lo que era una gota de agua en el mar para
un país tan aficionado a leer. A la entrada de
aquella librería siempre se agolpaban unos logreros,
dispuestos a ofrecerle al escritor mucho más
dinero por el libro adquirido, para después revenderlo
aún más caro. Lamentablemente, hubo literatos
que lo aceptaban.
Las leyes del libre mercado han convertido el monótono
ambiente de las librerías en la mar de abundancia.
Pero se ha averiguado que el público lector en
su mayoría está mal preparado para rechazar
el ataque de la oferta y que la abundancia origina no
menos problemas que la escasez.
En la última feria nacional del libro, celebrada
en septiembre de 2004, en los catálogos figuraron
150 mil títulos de libros, 24 mil autores, 1
176 librerías, 350 compañías de
venta de libros y 1800 casas editoras, entre las que
ocupan los primeros tres renglones AST, EXMO y OLMA-PRESS.
Ese trío controla un 70 por ciento del mercado
de libros de Rusia. Por una parte, esos gigantes hicieron
hincapié en promover libros de baja categoría:
novelas policíacas, amorosas y eróticas.
Como resultado, aparecieron los primeros escritores
millonarios, entre los que figuran Daria Dontsova y
Alexandra Marinina, las reinas del género policíaco.
Pero por otra parte, la alta cultura de determinados
círculos de la población y sus exigencias
obligaron a los editores a publicar en pequeñas
tiradas buenos libros, álbumes de fina poesía
y raridades. Hoy día en Rusia de hecho se puede
editar cualquier libro si se tiene dinero para ello.
El interés por conocer el pasado en toda su
plenitud ha estimulado la publicación de muchos
libros históricos. Llegó a ser un acontecimiento
notable la traducción del estudio "Cartapacio
secreto de Iosif Stalin", del politólogo
inglés Roman Brackmann. Ese historiador y periodista
pasó varios años en un campo de concentración
soviético cuando el dictador todavía estaba
vivo, y al comenzar la perestroika de Gorbachiov se
fue a Estados Unidos. Brackmann hace un intento de estudiar
la versión de que siendo ya un joven marxista
Stalin colaboró con gendarmes zaristas como un
agente secreto. El autor explica el terror desatado
por Stalin por su deseo de liquidar las huellas de aquella
traición.
En la lista de nuevos libros que suscitan interés
figuran "El vodka", del periodista Victor
Miasnikov, una novela a lo de Arturo Hailey que trata
del papel que el cabildeo de esa bebida desempeñó
en el deporte ruso y el mundo de la alta moda; obras
selectas del poeta Vladimir Kornilov; el libro de entrevistas
concedidas por astros de la ciencia rusa, llamado "Diálogos
de la política científico-técnica",
y, por último, "Cuentos mágicos"
de Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel. Rusia sigue
siendo el país que más lee en el mundo.
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