La población mundial crece y las reservas energéticas
no renovables se agotan. La biomasa salta a la palestra
como potencial héroe de salvación, puesto
que es la fuente de energía renovable por excelencia.
El hombre ha explotado desde la antigüedad la
energía natural para calentarse y tratar sus
alimentos. Es así como desde la era de piedra
hasta el siglo XIX, la madera, un clásico de
la biomasa, era la fuente más importante. Hoy
somos dependientes del petróleo, aunque al considerar
el daño ecológico, las llamadas nuevas
biomasas, como residuos agrícolas y estiércol,
cobran protagonismo.
Pero ojo, que ya en el presente esta alternativa representa
el 14 por ciento del aporte energético mundial
y sólo en la Unión Europea cubre dos tercios
de la energía primaria en las reservas renovables.
En países en vías de desarrollo la biomasa
típica, como madera y carbón abunda. Sin
embargo, no están libres de situaciones adversas,
como la deforestación y contaminación.
En cambio, en naciones industrializadas el aceite de
colza está complementando el diesel.
En Alemania constituye el 5 por ciento del combustible,
llamándose biodiesel. De hecho, vale recordar
que Rudolf Diesel, inventor alemán del primer
motor bautizado con su nombre, lo hizo funcionar a base
de aceite de cacahuate.
Vacas energéticas
La biomasa sirve como combustible energético
que se obtiene de materias biológicas. Es así
como- aunque parezca irrisorio- el gas de metano del
estiércol de vacunos es un valioso carburante.
Una vaca es una verdadera
máquina de metano: produce entre 100-200 litros
diarios y sólo Alemania cuenta con cuatro millones
de ejemplares.
Más increíble aún es el poder
de las grasas vegetales, que se pueden obtener de cocina
con frituras. Vehículos que marchan con el carburante
de fritanga ya son objetos de culto en Estados
Unidos. Son de baja nocividad, ya que la planta (aceite
vegetal) sólo emite el dióxido de carbono
equivalente al que absorbió durante su crecimiento.
Quimera peligrosa
Alemania se podría convertir en un gran campo
de colza. Esa sería, sin exageración,
la realidad si se quisiera cubrir el consumo de diesel
en todo el país, ya que habría que abarcar
dos tercios del territorio, lo que equivale a 240 mil
kilómetros cuadrados con esa siembra.
Este monocultivo resultaría impensable. Agotamiento
de las tierras y extinción de animales e insectos
serían sólo algunas consecuencias. Además,
el hombre no sólo necesita lugar para vivir,
sino también para sembrar alimentos, por lo que
esta opción aún está en pañales
y los científicos siguen averiguando cuáles
serían -aparte de la colza- las plantas con mayor
valor energético.
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