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BEBER CERVEZA OJEANDO UN LIBRO
Por Anatoly Koroliov, comentarista en temas politicos de RIA "Novosti".
 

Rusia es un país de lectores. Esta pasión de los rusos la aprovecha la red de cafeterías baratas de Moscú, llamadas "Piroguí" (Tarta), que representan en sí una simbiosis de cafetería estudiantil y librería. En "Piroguí se sirven platos sencillos, pero se ofrecen libros elitistas solamente. Un admirador de Delez o Derrida sabe que lo último de la filosofía mundial se puede encontrar precisamente allí.

Beber cerveza ojeando un libro es una forma de conducta social de los jóvenes actualmente de moda en Rusia.

La generación mayor recuerda muy bien que los buenos libros siempre escaseaban. Había que andar a la caza de éstos. El libro regalado era visto como una buena recompensa del trabajo de médico, y hasta un policía podía anular la multa si se lo obsequiaba con un tomo de Georges Simenon. Existía el fenómeno de "libros a cambio de desechos de papel". Para adquirir la serie "Los reyes de Francia" de Mauricio Druon o un tomo del escritor polaco Stanislaw Lem recién publicado, miles de personas reunían por todo el país montones de tales residuos, pues para comprar un libro había que entregar 25 kilogramos de papel usado. Ninguno de los países europeos conoció tal fenómeno.

El privilegio más anhelado era tener acceso, como los miembros de la Unión de Escritores, a la Librería del Escritor, que se ubicaba en la calle Kuznetski Most. Allí los literatos podían adquirir sin problema un tomo de la poesía de Rilke u obras selectas de Platón. Las tiradas de libros extranjeros rara vez excedían 3 mil ejemplares, lo que era una gota de agua en el mar para un país tan aficionado a leer. A la entrada de aquella librería siempre se agolpaban unos logreros, dispuestos a ofrecerle al escritor mucho más dinero por el libro adquirido, para después revenderlo aún más caro. Lamentablemente, hubo literatos que lo aceptaban.

Las leyes del libre mercado han convertido el monótono ambiente de las librerías en la mar de abundancia. Pero se ha averiguado que el público lector en su mayoría está mal preparado para rechazar el ataque de la oferta y que la abundancia origina no menos problemas que la escasez.

En la última feria nacional del libro, celebrada en septiembre de 2004, en los catálogos figuraron 150 mil títulos de libros, 24 mil autores, 1 176 librerías, 350 compañías de venta de libros y 1800 casas editoras, entre las que ocupan los primeros tres renglones AST, EXMO y OLMA-PRESS. Ese trío controla un 70 por ciento del mercado de libros de Rusia. Por una parte, esos gigantes hicieron hincapié en promover libros de baja categoría: novelas policíacas, amorosas y eróticas. Como resultado, aparecieron los primeros escritores millonarios, entre los que figuran Daria Dontsova y Alexandra Marinina, las reinas del género policíaco. Pero por otra parte, la alta cultura de determinados círculos de la población y sus exigencias obligaron a los editores a publicar en pequeñas tiradas buenos libros, álbumes de fina poesía y raridades. Hoy día en Rusia de hecho se puede editar cualquier libro si se tiene dinero para ello.

El interés por conocer el pasado en toda su plenitud ha estimulado la publicación de muchos libros históricos. Llegó a ser un acontecimiento notable la traducción del estudio "Cartapacio secreto de Iosif Stalin", del politólogo inglés Roman Brackmann. Ese historiador y periodista pasó varios años en un campo de concentración soviético cuando el dictador todavía estaba vivo, y al comenzar la perestroika de Gorbachiov se fue a Estados Unidos. Brackmann hace un intento de estudiar la versión de que siendo ya un joven marxista Stalin colaboró con gendarmes zaristas como un agente secreto. El autor explica el terror desatado por Stalin por su deseo de liquidar las huellas de aquella traición.

En la lista de nuevos libros que suscitan interés figuran "El vodka", del periodista Victor Miasnikov, una novela a lo de Arturo Hailey que trata del papel que el cabildeo de esa bebida desempeñó en el deporte ruso y el mundo de la alta moda; obras selectas del poeta Vladimir Kornilov; el libro de entrevistas concedidas por astros de la ciencia rusa, llamado "Diálogos de la política científico-técnica", y, por último, "Cuentos mágicos" de Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel. Rusia sigue siendo el país que más lee en el mundo.